Tomemos la realidad como punto de partida para elevar la discordancia social a elemento de acusación y revolución y preparador de un orden nuevo.

 

Esta es una invitación clara de Piscator a indagar en los límites entre lo público y lo privado, a explorar y vivenciar lo real en ausencia de representación. Estas son las relaciones más claras que podemos encontrar al momento de hablar de teatro y verdad.

 

Siento que tenía una percepción de la muerte diferente antes de leer este capítulo. Como dice Sánchez en este apartado: <>, podría ser una analogía de la forma coloquial <> y sin duda me sorprende gratamente la inocencia que podemos contener frente a la finitud del ser, es decir, el tratado que le damos a la muerte, como la concebimos, como la vivimos, como la vemos; será quizá preocupación de los viejos y artistas o tendría yo que revisar los documentos de Brecht y encontrar cuales son las cinco dificultades al escribir de ella,  o será quizá que se aplica la fórmula del vivir sin esperar ni preguntar cuando aparecerá la señora de la guadaña. Puede llegar a ser tan complejo el tópico de la muerte, en tanto emocional y significante en la relación que tiene el hombre con lo que lo rodea, que pensar en la representación de esta, es pensar que no se puede representar; los problemas que acarrea enfrentarse al fin del hombre suponen casi una cantidad de especulaciones y hasta dogmas para poder pretender hacer una presentación de la muerte. El choque de la ficción llamada realidad con lo real es indisociable del tránsito del cuerpo animado al cuerpo detenido, convertido en pura materia. Lo real no es la materia, más complejo aun, ¿Por qué? Porque no sabemos nada, no sabemos que sigue, después de esta vida “terrenal”, no tenemos conocimiento alguno de que sucederá con nuestra existencia e ideas.

 

A todo esto, solo el intento de convivir en la escena con la muerte como lo han intentado el cine y el teatro, se puede llegar a una conclusión, no se trata de mostrar las cosas verdaderas sino las cosas como verdaderamente son, o lo mismo para el director de cine Wenders, el hacia el paralelo de Mostrar realidad vs las cosas como son.

 

Las imágenes de la enfermedad me atraen como concepto de realidad, pero a su vez, esa misma empatía puede sentirse en algún momento morboso y cruel, y de esta manera es que entiendo y relaciono con el hecho de la espectacularización del hecho, la no comprensión de lo que connota la muerte como tal, lo real de la muerte, mas allá de la degradación del humano, es la humanización de la muerte, y como la vida cobra sentido, de alguna u otra forma, en el solo hecho de concebirla como algo inalienable al hombre. Que más real que lo estragos y el tiempo de una enfermedad, que más documento que todos aspectos y experiencias que quedan retratadas en el instrumento por excelencia del individuo, el cuerpo. El sida por ejemplo, es una enfermedad demasiado común pero poco tolerada, su negación y olvido no han podido con la lucha que miles de portadores y organizaciones mundiales han llevado por años, que más real que una enfermedad, ¿Qué enfermedad?, una epidemia que atraviesa la humanidad en lo político, lo social y lo histórico.

 

A mi parecer los genocidios también harían parte del espectáculo de muerte, creo que los campos de concentración, las cámaras de gas y hornos no tienen nada que envidiarle a los suicidas y prisioneros de guerra ejecutados en el oriente, la diferencia es el poder que ha adquirido la imagen y como el mediatismo ha decidido montarnos en un concepto y estilo a veces trivial y banal y muchas otras veces terrorífico y violento.

 

Por Andrés Vásquez

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